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Author's Chapter Notes:

Este fic es una secuela de "¿Cual fue el precio?", por lo tanto se sitúa luego de los acontesimientos de Star Trek IV The Voyage Home.

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- Oh Spock…

Los dedos del vulcano yacían prensados a la pared. Las diferentes y muy coloridas interfaces se encendían con cada toque, reflejándose en los cuerpos desnudos sobre la cama. Las frías gotas de sudor se deslizaban en contraste con las ardientes carnes, hasta perderse en los recónditos parajes de los dos amantes que se movían en la sincronía del placer. Jim Kirk se aferraba de la cintura del vulcano y sus dedos estaban pálidos por la presión que ejercían sobre el cuerpo jadeante que se sacudía encima de él. Su mano se coló por el abdomen de Spock hasta encontrarse con el cálido toque de los vellos oscuros que rodeaban la raíz de su dura hombría. Sus dedos acariciaron toda la zona y lentamente fueron acercándose al duro trozo de carne que se alzaba entre las piernas. El tremendo calor que emanaba lograba hacer que perdiera el hilo de sus mismas acciones… entonces los dígitos tocaron la punta húmeda por las gotas pre eyaculatorias… - Por Dios…- gemía sintiéndose en su límite, mientras el vulcano se movía de arriba abajo permitiendo una lenta y profunda penetración. Jim sentía el interior de Spock prensándole como si no tuviera intención alguna de dejarle escapar y cada vez que entraba percibía el estremecimiento que recorría el cuerpo de su esposo ante el acto, indicándole que ya había alcanzado su punto.

Podía ver aquel rostro severo por el reflejo del touch wall, entre todas las interfaces que anunciaban la hora, el tiempo que hacía allá afuera y un sinfín de información que en aquel momento su cerebro no lograba procesar. Su atención estaba centrada en el reflejo. Los oscuros ojos felinos veían directamente hacia la pared y aquella expresión lo quemaba desde las entrañas… Sus delgados labios se entreabrían permitiendo que pequeños y profundos jadeos salieran a la superficie… su voz… tan áspera, tan ridículamente masculina…

Entonces en medio del éxtasis Jim comenzó a moverse más rápido y las lentas penetraciones fueron dando paso a salvajes embestidas. El sonido de sus gemidos y el de la carne chocando contra la carne inundaron la habitación, junto con los pitidos de las mil y una aplicaciones que Spock encendía al azar con sus dedos, convirtiendo todo a su alrededor en un placentero caos. Las luces fluorescentes cegaban sus ojos, pero de todos modos en aquel momento era incapaz de mantenerlos abiertos. Sintió como ese característico hormigueo recorrió su espina haciéndose más y más intenso cada que se acercaba a la espalda baja, entonces inundaba su abdomen como una explosión y el tremendo calor que siguió después hizo desaparecer todo sonido a su alrededor y la percepción del tiempo/espacio se esfumó por esos segundos llenos de gloria y eyaculaciones, mientras los dos cuerpos se estremecían uno sobre otro entregándose al placer más instintivo por excelencia.

Cuando los espasmos cesaron, ambos sintieron descender de nuevo al mundo de los vivos y las luces y sonidos volvieron a inundar sus oídos. Donde antes hubo una llamarada de intensas conmociones, ahora reinaba la satisfacción y el adormecimiento, muy bien merecidos. Jim besó el húmedo hombro del vulcano con suavidad, apenas tocando la superficie con sus labios. Entonces Spock lo tomó de la mano y le invitó a tenderse sobre la cama. Jim fue cariñosamente recibido entre los fuertes brazos de su esposo, dejando que la calidez de aquel cuerpo lo envolviera y cayó profundamente dormido casi de inmediato.


La fiebre lo torturaba. Jim había ido alejándose poco a poco hacia el otro extremo de la cama, huyendo del intenso calor del cuerpo de Spock, aunque lo suficientemente dormido como para pasar por desapercibido que aquello definitivamente no era normal.

El vulcano se levantó de la cama en dirección al cuarto de baño. Su vista se desenfocó y estuvo a punto de caer de bruces, pero luchó por mantenerse en pie hasta llegar a su destino. Encendió la luz y el resplandor blanco cegó sus ojos y le obligó a sostenerse de la pared. La migraña comenzaba a hacerse insoportable, así como sus ganas de tomar de una vez por todas un sedante que lograra noquearlo hasta el siguiente día, pero su lógica le dictaba que tenía que prestar atención a aquellos síntomas tan extraños que estaba experimentando, sin mencionar que caer desmayado y con la fiebre absolutamente fuera de los niveles siquiera concebibles para cualquier ser vivo enloquecerían de preocupación a Jim, por lo que debía seguir manteniéndolo a distancia de la situación mientras averiguaba qué sucedía con su salud.

Todo había comenzado no hace más de una semana, con pequeños dolores de cabeza y episodios poco prolongados de fiebre. Jim insistió en visitar al médico, no obstante no pudieron localizar al doctor McCoy quien se encontraba fuera de órbita en una misión de inspección en la colonia marciana y no regresaría hasta dentro de uno o dos meses. Spock fue obligado a tomar consulta con un desconocido, que simplemente diagnosticó su padecimiento como "una típica fiebre humana" abasteciéndolo con una buena dotación de inyecciones que hasta este momento habían resultado total y absolutamente inservibles. Ahora las cosas se estaban poniendo peor y temió porque algo más grave estuviera pasando dentro de su cuerpo y el limitado conocimiento de la biología vulcana que se tenía en la Tierra dificultara dar con un verdadero diagnostico… a lo mejor lo más prudente sería ir de una vez por todas a Vulcano.

Se acercó trastabillando hasta el fregadero y se lavó el rostro, mojando su cuello y hombros para tratar inútilmente de refrescarse. Entonces cuando levantó la cabeza para observarse en el espejo, supo que las cosas definitivamente andaban mal. Los globos oculares habían tomado un terrible tono amarillento, su piel había perdido casi todo atisbo de color y venas verdes resaltaban furiosas por sobre todo su pecho y abdomen. - ¿Qué es lo que me pasa?... – susurró auténticamente aturdido por aquel pavoroso escenario que era su propio cuerpo. ¿Alguna clase de infección? ¿Tal vez un inofensivo virus humano que había logrado mutar dentro de su organismo? ¿O quizás un parásito que estaba comenzando a devorarle las entrañas? No lo sabía, pero sin dudas debía dejar de tomarse su condición tan a la ligera y comenzar una verdadera investigación sobre el caso. No obstante en aquel preciso momento se sentía demasiado cansado, demasiado enfermo, la fiebre consumía todas sus energías, logrando que el solo hecho de estar de pie resultara una completa tortura; y aunque sabía que lo más lógico era despertar a Jim y correr al hospital, no quería estar de nuevo en medio de manos inexpertas, mucho menos convertirse en sujeto de pruebas mientras los doctores trataran de descubrir qué sucedía con él.

Si había un humano al que le confiaría su salud en aquel momento ese sería el doctor McCoy, pero sabía que no era prudente esperar tanto para su regreso. Sin embargo, cansado de pensar y agobiado por la fiebre, resolvió que simplemente tomaría el sedante para lograr dormir un par de horas, de todos modos no podría ocultar más su enfermedad ante su esposo, así que lidiaría con el asunto por la mañana cuando hubiera recobrado fuerzas suficientes para siquiera lograr explicar de manera empírica lo que sucedía.

Tomó el hipospray y se disparó una buena dosis sobre el cuello, sintiendo casi de inmediato los efectos del sedante en su organismo. Se tendió en la cama y no supo en qué momento cayó profundamente dormido.

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