Capítulo VI
Los sistemas de alarma de la habitación de Jim habían comenzado a sonar en la terminal personal del doctor McCoy. Bones se presentó en el lugar a toda prisa, temiendo lo peor, seguido por un séquito de enfermeros y enfermeras.
Pero al ver aquel montón de hielo esparcido por la habitación, se detuvo en seco, impidió el paso al resto del equipo y los despachó diciendo que había sido una falsa alarma. Una vez que los demás, extrañados, se habían marchado, cerró la puerta detrás suyo y entró.
—¡Por todos los cielos! ¡¿Qué ocurrió aquí?! —Exclamó mirando el piso cubierto de aquella gruesa capa de hielo que topaba hasta las paredes. Jim se hallaba encogido en la cama, con las rodillas recogidas hasta el pecho y rodeándolas con sus brazos mientras que Spock, solícito, trataba de acercarse a él, batallando levemente con el resbaloso piso. —¡¿Qué le hiciste?! —Le espetó el médico al Vulcano.
—Le aseguro doctor McCoy que yo...
—Tranquilo, Bones... no... no ha sido su culpa.— Replicó el rubio, aun abrazándose a sí mismo. —Tuve un... lapsus, fue todo.
—¡Vaya lapsus! —Replicó el doctor, acercándose a él con cuidado y llevando el tricorder en mano. Jim al verlo quiso alejarse, pero el médico no se lo permitió. —¿Se puede saber qué lo ocasionó?
—Nada... no fue nada. —Repuso este, tratando de no darle importancia e intentando alejarse nuevamente.
Spock le miró. Él sabía que no había sido "nada" como Jim aseguraba; aun podía sentir aquella penumbra en la mente del rubio, más aquella desazón y malestar que le provocaba y que aun le agitaba por completo. Sin embargo guardó silencio. Si Jim quería callarlo por ahora, él lo apoyaría; después de todo se trataba de un problema emocional, más algo que aquejaba la mente del joven humano; no era nada que McCoy pudiese arreglar con su tricorder o sus hiposprays, por lo que no valía de nada incomodar a Jim compartiendo algo de lo que no quería hablar; además, tratándose de la mente del joven Capitán, algo a lo que se hallaba levemente vinculado por ahora, convertía aquello en algo más de su área que la del Oficial Médico.
—¡Vamos, Jim, no te alejes tanto, así no te puedo revisar! —Exigió McCoy, luchando por acercar el aparato al chico, pues este seguía retrayéndose, queriendo alejarse de cualquier contacto humano.
—¡Bones, estoy bien, no necesito eso... necesito que me dejen solo por ahora! ¿De acuerdo?
—¡Claro que no! No vamos a dejarte sólo y menos ahora que...
—¡¡Bones, por favor, lo digo en serio, necesito que se vayan, que me dejen sólo por fav...!!
Pero Jim no pudo seguir, pues bajo sus pies, la cama comenzó a cubrirse de hielo nuevamente; el colchón y los bordes de la misma quedaron con una gruesa capa que se sobreponía a la primera en el caso de las orillas. Jim empezó a temblar.
—¡¿Lo ves?! ¡¡No puedes acercarte, no puedes tocarme, soy un peligro para todos, si te acercas seguramente terminaré por congelarte!!
—Vamos, Jim, eso no ocurrirá. —Replicó McCoy con voz serena, tratando de tranquilizar al muchacho y de infundirle confianza.—No vas a congelar a nadie; anda, déjame revisarte.
—¡¡No!! — Exclamó Jim, casi histérico. —¡¿Qué no viste lo que pasó?! ¡¿Lo que puede pasar?! ¡Si me tocas podría hacerlo, podría hacerte daño! ¡No puedo controlarlo así que déjame sólo, déjenme sólo, yo no quiero...!
—Jim, Nam'uh hayal (Tranquilízate).—Susurró Spock, acercándose a Jim por delante de McCoy.
El rubio aun se debatía por alejarse, pero estaba contra la cabecera y ya no tenía lugar hacia donde huir. El Vulcano le tomó gentilmente del hombro; se hallaba tranquilo, por lo que procuraba enviar esa misma energía relajada a través de su tacto hacia el muchacho, al tiempo que posaba sus dedos sobre los puntos de fusión sobre su rostro. Nuevamente Jim luchó por alejarse de Spock, temeroso de que entrara en su mente y viese cosas que él, obviamente, no quería que viera; sin embargo el moreno, sin alterarse en lo más mínimo, siguió actuando de manera relajada, enviando esas sensaciones al rubio, colocando sus dedos por fin en los puntos de su rostro y entrando muy superficialmente en su cabeza, haciéndoselo saber, dejándole claro que no avanzaría más allá de aquella zona en la que estaba; comenzó a emanar a través de su tacto aquella misma energía relajada y tranquilizadora, consiguiendo que poco a poco, la mente de Jim se calmara y su respiración se distendiera. Sin darse cuenta, Jim comenzó a apoyar su cabeza contra el pecho de Spock, totalmente tranquilo; su respiración, al principio muy agitada, comenzó a acompasarse hasta quedar totalmente normalizada, relajada, y poco a poco el chico comenzó a cerrar los ojos hasta quedarse completamente dormido. McCoy los observó, totalmente anonadado.
—¡Vaya! Eso ha sido muy útil, y yo que ya pensaba sedarlo.—Dijo el médico, acercándose al Capitán y comenzando el análisis con el tricorder; al terminarlo, mientras el médico revisaba la lectura, el Vulcano tomó al joven entre sus brazos, levantándolo de la cama y llevándolo consigo, se sentó en el sillón individual que normalmente usaba él cuando se quedaba a acompañarlo, colocando a Jim sobre su regazo y su cabeza contra su pecho. McCoy levantó la mirada del dispositivo para dar su diagnóstico y al notar aquel cuadro, enarcó ambas cejas, impresionado.
—Debemos cambiarlo de cama, no debe dormir ahí. —Dijo Spock, sin despegar los ojos del apacible rostro de Jim. McCoy carraspeó, negando levemente con la cabeza.
—Sí, cómo digas. —Murmuró, rascándose la cabeza. —En fin, según la lectura, físicamente Jim se encuentra bien, su cuerpo se está mejorando cada vez más, a este paso podré darle el alta muy pronto.
—Esas son magníficas noticias, doctor. —Replicó el Vulcano, levantando por primera vez su mirada hacia Leonard, y aunque su expresión parecía la misma de siempre, en sus ojos y el tono de su voz, podía notarse un perceptible tinte de felicidad.
—Sí, lo son, sobre todo si tomas en cuenta que me libraré de él de una vez por todas. —Añadió este a modo de broma. —En cuanto le firme el alta pasará a ser tu problema.
—Creo que es mi deber advertirle que el Capitán no representa en lo absoluto un problema. —Repuso el moreno, ahora en su voz y su mirada el tinte de felicidad había cambiado por uno de molestia. McCoy se echó a reír, desconcertando un poco al Vulcano.
—Tranquilo, Spock, no lo decía en serio; sabes que aunque Jim es un dolor de cabeza, siempre será mi muy preciado y querido dolor de cabeza.—Colocó el aparato en el mueble a su espalda, volviendo después a encarar al Primer Oficial. —Sin embargo no debemos subestimar lo que está ocurriendo; si bien su cuerpo se está recuperando satisfactoriamente del "grave caso de deceso" que padecía, y tampoco ha rechazado la sangre de ese sujeto ni tenido reacciones secundarias, no debemos bajar la guardia al respecto, aunque esta otra situación sea la que más nos ocupe desde ahora. —Dijo, señalando la cama cubierta de hielo.
—Lo sé, Doctor McCoy, estoy consciente de ello.
—Sí, de eso y de algo más, no lo pongo en duda. —Murmuró el médico, pensando que Spock se hallaba guardando los secretos que Jim no quiso compartir con él hacía unos minutos. —Será muy difícil, más de lo que puedas imaginarte, sobre todo porque no existe ningún caso documentado de algún médico o asistente que haya tratado a un ente sobrenatural en el cuerpo de un chiquillo tonto, antes; además, sabes que el Concejo Médico me tendrá muy ocupado, así que la mayor parte del tiempo tendrás que ingeniartelas sólo, ¿estás seguro de querer lidiar con eso? Nada ni nadie te obliga y nadie te juzgará si decides no hacerlo.
El Vulcano miró de nuevo el rostro de Jim. Este yacía tranquilamente dormido, apoyado suavemente contra su pecho, sin un dejo de tristeza o angustia en su semblante. El Vulcano esbozó una ligera sonrisa de la cual McCoy fue testigo nuevamente, sólo que esta vez ya no se impactó tanto como cuando lo vio sonreír por primera vez. Spock miró de nuevo al médico, su expresión volvía a ser adusta y serena.
—No te preocupes, Leonard, estoy seguro de la decisión que he tomado, y te garantizo que Jim estará en, como ustedes dicen, buenas manos. Puedes estar tranquilo.—Declaró el Vulcano con serena seguridad. McCoy, levemente impresionado por la forma en que le había hablado, terminó por sonreírle; confiado y tranquilo por saber que su querido amigo se hallaba bajo el mejor cuidado que podía encontrar.
El nuevo día llegó, encontrando aun al humano en el regazo de un medio dormido Vulcano. La puerta de la habitación se abrió de repente, dando paso nuevamente al doctor McCoy, quien al encontrarse con la escena, suspiró y negó con la cabeza. No habían podido cambiar al chico de habitación para no levantar sospechas ni tener que dar explicaciones en un reporte; por ende, la cama tampoco pudo ser cambiada y, por desgracia, tampoco había modo de descongelarla en menos de una noche, y aun cuando lo hubieran conseguido, no habría podido ser utilizada; razón por la cual Jim no podía ocuparla. Ante todas esas circunstancias, el médico había propuesto ingresar un camastro portátil de contrabando a la habitación, pero Spock se opuso, alegando que Jim parecía demasiado tranquilo y cómodo en dónde se encontraba y que él no se oponía en lo absoluto en que así permanecieran un rato más.
Un rato que duró toda la noche.
Con una media sonrisa en los labios, el médico se acercó a ellos.
—¡Buenos días, tortolitos! —Saludó con voz lo suficientemente audible. Spock dió un ligero respingo al tiempo que Jim daba un pequeño salto y abría los ojos, para luego comenzar a desperesarse, tratando de recordar lo ocurrido la noche anterior y ubicar en dónde se encontraba. Pronto los recuerdos fueron claros en su cabeza y al intentar estirarse, como solía hacer todos los días, se dio obvia cuenta de dónde estaba.
Levantó la mirada y vió al Vulcano. El sonrojo cubrió completamente su rostro y se removió en su regazo, pretendiendo levantarse sin éxito.
—¡Bones... Spock, yo...! —Exclamó el chico aún luchando por pararse, tan torpemente que sólo consiguió caer derechito al suelo. Spock se alarmó al verlo, poniéndose de pie de inmediato para asistirlo, pero Jim ya comenzaba a levantarse por cuenta propia; no obstante, eso no impidió que el Vulcano le tomará gentilmente de un brazo y la cintura, terminando de ponerle en pie.
—Gracias, Spock. —Replicó el rubio, levantando la mirada nuevamente, encontrándose con la del Vulcano y quedándose por un momento embelesado ante la belleza del rostro del alienígena y sus hermosos ojos de ónix. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, dio otro respingo y se alejó levemente de él, haciendo que este le soltara y arreglándose las arrugas de la ropa sólo por tener algo que hacer.
—¡Ay, que tiernos! —Soltó sarcásticamente el médico, provocando que tanto el humano como el Vulcano se sonrojaran y enverdecieran respectivamente. McCoy se acercó a Jim y lo hizo sentarse en el sillón que Spock había estado ocupando. Comenzó a pasar el tricorder por su rostro y pecho. Después de la revisión, miró la lectura. —Excelente, podré darte el alta hoy mismo.
—¿En serio, Bones? —Inquirió el rubio, incrédulo, mirando al galeno con ojos expectantes y una sonrisa. —¿Entonces ya puedo irme?
—Así es, podrás salir y volver a casa. —Ante estas palabras del doctor, la sonrisa de Jim se tornó aun más amplia. —Pero no podrás estar solo. —Añadió el sureño y la sonrisa del chico se desvaneció al instante. —Toma en cuenta qué, a pesar de todo, lo que sufriste fue algo de gran impacto... y me quedo corto al decir eso; por lo que aun necesitas asistencia y ya que yo no puedo dártela, me he tomado la libertad de asignarte a un... "enfermero".
—¿Enfermero? ¡Oh, por favor, Bones! No necesito que me cuiden, tú sabes bien que yo puedo hacerlo solo. —Ante esas palabras, McCoy le miró de manera fija y casi acusadora. —Bueno... en lo que cabe... ¡En fin! No requiero de un enfermero, podré arreglarmelas por mi cuenta.
—Lo siento, Jimbo, eso no está a discusión, te he asignado a un enfermero y no hay vuelta de hoja.
—¡Pero Bones! ¡¿Acaso no te das cuenta?! ¡En estos momentos no puedo estar en compañía de nadie y menos de un desconocido, no sé... no sabemos lo que podría pasar! Soy inestable, ¿lo recuerdas? ¡Una bomba de hielo volátil e inestable!
—Tranquilo, chico, estoy consciente de eso, por lo tanto no pienso dejarte con cualquier desconocido. Te he asignado a tu propio duende personal.
—¿Mi propio... qué?
—Spock, se ofreció a cuidarte mientras yo me encuentro atrapado por el Concejo Médico de la Flota. A qué es lindo de su parte, ¿verdad? —Añadió con ligero sarcasmo mientras el Vulcano daba un paso al frente, con las manos en la espalda, como si le hubieran llamado en un pase de lista.
Jim lo miró, con los ojos muy abiertos y una gran expresión de sorpresa. Los colores volvieron a subir a su rostro y los nervios empezaron a invadirlo de nuevo. Parpadeó varias veces sin saber qué hacer o decir. ¿Acaso le estaban jugando una broma o qué? Si era así, entonces Bones era un sádico completo y redomado.
Pero Spock no se prestaría para algo así, es decir, él no hacía bromas, y en ese momento no contradecía al médico, por lo que entonces la cosa iba muy en serio, pero... ¿Cómo...? ¿Porqué justamente lo mandaba a casa en compañía de Spock? ¿Y porqué el Vulcano había aceptado tal cosa?
Esa era una mala idea, una muy mala... Podían pasar cientos de cosas, todas terribles, desde congelar a su Primer Oficial por accidente, hasta que se pusiera tenso, el Vulcano intentara de nuevo aquello que hizo ayer con su mente (pues ahora recordaba que él había tenido que ver con su repentino relajamiento de anoche) y que a través de eso, pudiera darse cuenta de lo que en realidad sentía por él.
No... no podía pasar eso, nada de eso, ¡no podía permitir que Spock se quedara con él en su apartamento!
—Jim. —Le llamó McCoy con voz serena. El rubio dio un respingo y miró al galeno. Este le señaló los reposabrazos del sillón en el que estaba y a los que Jim se sujetaba; estos se estaban cubriendo de una ligera capa de escarcha.
—¡Maldición! —Exclamó el muchacho, poniéndose de pie de golpe y sacudiendo las manos. —¡¿Ven a lo que me refiero?! ¡No puedo estar acompañado, al menos no hasta que... hasta que ponga remedio a esto!
— Capitán, considero que lo más lógico en este momento es...
—¡¿Lógica?! —Exclamó Jim con más dureza de la que pretendía. Al darse cuenta de su arranque, y de que de sus manos brotaba un hálito blanco y frío, respiró profundamente, intentando tranquilizarse. —Lo... lo siento Spock, no quería... no quería ser grosero. Pero comprende, si debemos usar la lógica, entonces lo más lógico es que todos se mantengan alejados de mí hasta que resuelva esto.
—Jim, aún estás convaleciente, no puedo dejarte ir de esa forma. —Objetó McCoy de manera conciliadora.
—Y yo te aseguro que eso es lo mejor que podrías hacer. —Replicó, tratando de esbozar su acostumbrada sonrisa confiada.
—Capitán, coincido con el doctor McCoy. —Intervino el Vulcano con su voz tranquila. —En su condición, el estar solo no es conveniente.
—Conozco mejor que nadie mi condición, Señor Spock. —Respondió el muchacho, no muy convencido de sus propias palabras, aunque trataba de sonar seguro, usando su voz de mando para respaldarse y también para mover las cosas a su favor. —Por lo que pasaré la convalecencia en casa y usted no me acompañará, gracias, pero no será necesario y no quiero que lo haga, es una orden.
Spock, quien había abierto la boca para refutar, guardó silencio, sintiéndose algo turbado por la reacción de Jim, pues sentía la oleada de emociones diversas y dispersas que se arremolinaban en la cabeza del humano, aunque fuera de manera superficial, y eso estaba nublando su sentido común. Sin embargo, McCoy dio un paso al frente mirando al rubio con semblante férreo.
—Pues sólo te daré el alta si Spock va contigo y te acompaña en tu convalecencia y esa es una orden.—Dijo el médico con mayor dureza. — Recuerde Capitán que en casos referentes a la salud de la tripulación del Enterprise, mi palabra y mis órdenes pasan por encima de cualquier autoridad, inclusive la suya. —Recalcó con un aun más marcado acento sureño.
Jim, al oírlo, se dio la vuelta y miró al médico quien ahora se cruzaba de brazos, y en cuyo rostro se dibujaba una sonrisa de triunfo y autosuficiencia al ver la expresión de asombro e incredulidad que adornaba el del Capitán, pues era más que obvio que McCoy tenía toda la razón y había dado en el clavo. Spock por su parte, aunque seguía con su semblante sereno y adusto, presentaba en sus ojos cierto brillo que, Jim comprendió, extrañamente era de gusto al haber escuchado el golpe final que el galeno daba sobre su superior.
—Bones... No puedes hacerme esto. —Pidió el chico, acercándose al médico, en su rostro se reflejaba el debate interno que tenía entre la súplica, la angustia, la impotencia y el enojo. —No puedes hacerle esto a Spock. —Agregó en un susurro nervioso, pretendiendo que el Vulcano no lo oyera, cosa que en sí, estaba de más. —¡No puedes arriesgarlo de esta manera¡ ¿Acaso no temes por su bienestar?
—Me preocupa más tu bienestar, Jim. Spock sabe cuidarse solo, y lo que es mejor, sabe cuidarte.—Le dijo seriamente. — Él te encontró cuando abandonaste la habitación y lo hizo más rápido que cualquier elemento de seguridad de este hospital, también logró acercarse a ti y tranquilizarte cuando te alteraste, cosa que yo no pude hacer y lo hizo sin usar un hipospray. Acabas de volver de la muerte, te estás recuperando de algo de lo que nadie, por lógica, se recupera; aún estás físicamente débil y sobre todo, emocionalmente inestable. Como médico, pero sobre todo, como tu amigo, no podría dejarte ir sólo sin alguien de confianza que cuide de ti y me mantenga al día con tu situación. —McCoy esbozó una suave sonrisa. —En serio, Jimbo, por una vez, deja que nos hagamos cargo y que alguien cuide de ti. —Agregó, colocando su mano sobre el hombro del muchacho, el cual retrocedió casi de inmediato, evitando el contacto, cosa que el galeno, pese a todo, resintió.
—Lo... lo siento, pero yo, no creo...
—Buenos días, espero no interrumpir nada. —Se escuchó decir a una voz calmada desde la puerta, la cual se acababa de abrir tras McCoy y Spock. Ambos hombres se giraron, Jim echó un nervioso vistazo, encontrándose los tres con la digna y serena figura de Selek; el viejo Vulcano se encontraba en el umbral con una maleta pequeña en las manos y una sonrisa tranquila en el rostro.
—¡Selek! —Exclamó Jim con cierto alivio al verlo. Quiso ir hacia él, saludarlo, abrazarlo inclusive, pues el anciano siempre parecía llegar en los momentos en los que él más lo necesitaba y siempre tenía un consejo sabio o una dulce sonrisa con que alentarlo. Sin embargo, temeroso de lastimarlo si se acercaba, se contuvo y se quedó en su lugar, cosa que obviamente no pasó desapercibido para el hombre. El joven Spock, por su parte, le saludó con una inclinación mientras que McCoy le esbozaba una media sonrisa.
—No, adelante, pase. Ya estoy acostumbrado de que en esta habitación todos parecen hacer lo que les viene en gana. —Dijo el malhumorado galeno cruzándose de brazos, mientras el embajador Vulcano se adentraba en la habitación, cerrándose la puerta tras de él. Selek se acercó al grupo, maleta en mano, notando la obvia tensión que se había instalado entre los tres jóvenes.
—No los interrumpiré por mucho. —Aclaró el anciano sin perder la serena sonrisa a pesar de todo. —Sólo he venido a despedirme.
Al oírlo, el semblante de Jim dejó ver la tristeza que la noticia le daba. El joven Spock observó aquel cambio en la expresión del rubio, haciendo que su mirada, que ahora se había posado sobre su contraparte, se endureciera brevemente. Selek al notar aquellos gestos por parte de ambos chicos, se esforzó por evitar que se ampliara aún más su sonrisa.
—Lamento oír eso. — Expuso McCoy, sinceramente. —Creí que nos honraría con su compañía por un tiempo más.
—Realmente es algo que quisiera, pero no me es posible. Hay muchos asuntos que resolver en Nuevo Vulcano, tantos que no puedo abandonarlos; sólo los dejé temporalmente porque, obviamente, un asunto de mayor importancia me trajo hasta la tierra. —Repuso Selek, mirando a Jim con dulzura. El rubio al comprenderlo, esbozó una leve y alegre sonrisa, mezclada con un poco de tristeza. — Por desgracia, exigen mi pronto regreso y no puedo prolongar mi ausencia por más tiempo por mucho que lo desee; sin embargo, era lógico que no podía irme sin antes pasar a verte, viejo amigo, y saber como te encuentras. —Añadió, dirigiéndose sólo a Jim.
—Gracias Selek. —Respondió el chico con sinceridad, su sonrisa se hizo un poco más amplia esta vez, mientras que Spock miraba primero a su Capitán y luego al anciano Vulcano nuevamente con cierta dureza en la mirada. Jim, sin notar aquel gesto de su Primer Oficial, siguió hablando con el viejo Spock, procurando mantenerse tranquilo. —Realmente lamento que tengas que irte tan pronto. —Dijo, casi en un susurro.
—¿Podrían darnos unos minutos? —Soltó el hombre sin dejar de mirar al joven humano. McCoy, levemente ofuscado, miró a Spock, luego a Selek y tras resoplar, bajó las manos dándose por vencido ante el hecho de que todo mundo acaparaba a su paciente y se dio la media vuelta. Viendo que el joven Vulcano no se movía de su lugar, y que miraba fijamente a su contraparte mayor, el doctor le dio un golpe con el codo en el brazo; al tener su atención, le hizo una seña con la cabeza para que lo acompañara afuera, cosa que Spock hizo casi a regañadientes.
—Te noto muy cansado y angustiado, querido amigo. — Le dijo, al verse al fin solos.
—Selek... —Soltó el chico sin poder evitar el dejarse llevar un poco por la angustia. Hizo un breve gesto de desesperacion; nuevamente, la tentación de tomar sus manos y buscar su apoyo le invadió, pero se contuvo, haciendo acopio de todas sus fuerzas.
—Entiendo, Jim, esto aun es difícil para ti. —Replico en un suave murmullo, mirando de reojo la escarcha en la silla detrás del muchacho.
—Todo está de cabeza...—Dijo, el joven, luchando con su angustia para mantenerla a raya. —Aun estoy intentando controlar esto.
—Te tomará un tiempo, Jim, no debes presionarte, solo si mantienes la calma podrás tener el pleno control de tus habilidades.
—Lo sé pero... ese es el problema, Selek; tú lo has dicho, necesito tiempo... mucho tiempo para poder controlar esto, y eso sería mejor si pudiese estar a solas.
El anciano arqueo una ceja, no comprendiendo del todo lo que el chico quería decir.
—Bones... el doctor McCoy, quiere enviarme a casa junto con tu otro yo para que me vigile.
El Vulcano sonrió ampliamente, aquella noticia por si sola, parecía maravillosa.
—No hallo el problema en ello, amigo mío, estoy seguro de que para Spock no representa ningún inconveniente.
—¡Ese es el problema, para Spock no hay ningún inconveniente, pero para mí sí! —Soltó, un poco más nervioso; de sus manos volvio a brotar ese vapor gélido que ya había notado antes. Apretó los puños y los ocultó bajo sus brazos cruzados. —¡Es esto! ¿Lo entiendes? ¡Este es el problema! ¡No puedo controlarlo! ¿Que tal si pasa algo malo y le hago daño? ¿que tal si lo congelo?
—Dudo mucho que eso pueda pasar.
—¡No, no Selek, tú no lo entiendes! ¡Podría pasar! ¡No sabes cómo es esto, no sabes lo terrible que es!
—Viejo amigo, tranquilo, ¿acaso lo olvidas? Sé perfectamente como es esto, mi Jim pasó por lo mismo hace mucho, ¿lo recuerdas?
Jim lo miró unos instantes, recordando lo que Selek le dijo aquella noche en que las voces de su vida pasada y la actual le torturaban, razón por la que había salido a ver a la luna. Aquella noche en que el viejo Vulcano había calmado esas voces, procurandole un poco de paz.
El Jim de su tiempo... él también había sido la encarnación de Jack Frost, y había tenido una rabieta que derivó en la peor nevada de San Francisco. Selek había estado ahí, fue testigo de ello y lo padeció de primera mano. Si alguien sabía que eso podía ser terrible, era él.
—Entonces estas de acuerdo conmigo, ¿no es así? Spock no debe arriesgarse, nadie debe exponerse a estar conmigo.
—Al contrario, lo único que sé es que no debes estar solo.
La boca de Jim se abrió con gran sorpresa, no daba crédito a lo que oía. Trató de hablar, pero solo balbuceo unos instantes hasta que por fin pudo articular una palabra.
—¡Pero...! ¡¿Hablas en serio?! ¡Es peligroso! ¡Tú me dijiste que mi otro yo te lastimó también!
—No, no, te equivocas, querido muchacho, yo dije que Jim me entrenó muy bien para resistir el frío, jamás dije que me haya lastimado con su poder.
—Pero entonces, ¿Como...?
—Cuando Jim descubrió esa parte de sí mismo, también pensó en aislarse, él... siempre fue de trabajar en equipo en lo que se refería a cuestiones de la nave, la tripulación o la Federación. Sabía guiarnos a todos, crear las estrategias adecuadas y pedir consejo cuando era necesario; escuchaba esos consejos y llevaba las misiones a buen termino, todo de manera irreprochable.— El hombre miró al rubio y le sonrió con confianza. —Pero cuando se trataba de sus propios asuntos optaba por alejarse, mantenerse aislado y hacerse cargo por sí solo; consideraba que tratándose de sus asuntos, de sus... demonios, solamente él era el responsable y solamente él debía hacerse cargo, ¿comienzas a ver el patrón?
Jim se encogió ligeramente, claro que veía el patrón, él era exactamente igual a ese Jim; en cuestiones de comando se retroalimentaba con su tripulación, sus triunfos no eran exclusivamente suyos, eran de todos porque todos trabajaban en equipo para conseguir salir adelante.
Pero en lo personal él era una tapia, una tumba sellada que se guardaba todo para lidiarlo por su cuenta; y si bien Bones se había enterado de su desastrosa vida familiar y su tortuoso affair con Gary Mitchel durante sus días en la academia, había aun otras cosas que ni el galeno conocía y de las que nunca hablaría con él ni con nadie, como lo ocurrido en Tarsus IV y las consecuencias que significaron y significaban aun para él.
—Sin embargo, no se lo permitimos.— Continuó Selek, con su tono tranquilo.— El doctor McCoy y yo nos opusimos rotundamente a que se mantuviera lejos e impedimos que se aislara, de modo que nos permitiera ayudarle a salir de ese predicamento, y aunque al principio fue difícil, a la larga fue la mejor decisión que se pudo tomar y Jim lo entendió así. Estando acompañado, Jim fue capaz de controlar su poder. Él se hallaba muy confundido, por lo tanto había cosas que escapaban a su visión en esos momentos, por lo que le fue de utilidad los puntos de vista externos que representabamos el doctor y yo. Ambos observabamos la situación y podíamos orientarlo, guiarlo a un mejor control de su nueva naturaleza. Comprendió que la retroalimentación que recibía de la tripulación durante el gobierno de la nave, aquello que lo hacía el gran Capitán que era, también podía aplicarlo a su vida, encontrando así la manera de arreglar aquellos problemas que, estando solo, no habría conseguido solucionar.
Jim guardó silencio. Lo que Selek decía sonaba bastante coherente, pero...
—Date una oportunidad, Jim, permite que los que te quieren te ayuden. En momentos de tribulación es cuando se necesita más del apoyo de la familia. — El Vulcano se acercó al joven y posó su mano en el hombro de este sobresaltandolo. Jim lo miró, asustado, temiendo encontrarse con un Selek congelado, pero solo se encontró con el mismo rostro amable y cálido de siempre, sonriéndole con dulzura. —Y ellos dos son parte de tu familia.
Jim, ligeramente más relajado, esbozó una pequeña sonrisa y asintió con la cabeza. Selek retiró su mano del hombro del muchacho, momento en que el rubio reparó en la maleta que portaba en la otra.
—Pensé que un embajador no tenía porque cargar su propio equipaje. — Dijo, con una sonrisa. Selek miró la maleta y rió brevemente.
—Y no tiene que hacerlo, está maleta no es mía. —Se la tendió —Es para ti.
— ¿Para mí? — Replicó Jim con extrañeza, dudando un momento y, tras envolver un poco su mano con el puño de su manga, tomó por fin la maleta que se le ofrecía.
— Sí, espero que no te moleste, me tomé la libertad de ir a tu apartamento a traerte una muda de ropa. Supuse que el doctor McCoy y el señor Spock estarían muy ocupados para hacerlo y no era pertinente dejarte partir del hospital en ropa de paciente.
— Espera... ¿Cómo supiste la clave de la cerradura? — Inquirió el chico, aún más sorprendido, sin saber si indignarse o reírse por la osadía del viejo Vulcano, aunque siendo sinceros, nada podría hacer que se enojara con él. Selek lo miró de nuevo y sonrió abiertamente.
— Eres igual a él. — Replicó simplemente. — Sabía que sería la misma que él tenía.
Aquella respuesta extrañó aún más al muchacho, pero Selek, sin dejar de sonreír, formó con su mano el Ta'al [1]
— Buena suerte, querido amigo. Larga vida y prosperidad.
Jim le dedicó una dulce sonrisa como respuesta. Miró alejarse al anciano, sintiendo una enorme gratitud hacia él y una anticipada nostalgia por su pronta partida a Nuevo Vulcano.
Debía admitirlo, a pesar de todo, y aunque aún tenía sus dudas, el que Selek hablara con él le había ayudado mucho; por lo menos, ahora consideraba mejor el que Spock lo acompañara. No podía negar que el simple hecho de pensar estar con el hombre por el que estaba perdidamente enamorado, solos en su apartamento día y noche, sería algo difícil de sobrellevar para su pobre corazón, pero Selek tenía razón, la mirada externa de alguien tan inteligente como él podría ayudarle a poner remedio a su helado problema, quizás él viera algo que él no al hallarse inmerso en su desesperación. Spock podía ser parte de la solución, así como Selek lo fue en su momento para el Jim de su tiempo.
Su Jim...
Un momento, eso había dicho Selek, ¿no es así? Lo había llamado "mi Jim".
Pero, ¿Por que lo había dicho así? ¿Se habría referido así a él solo por ser el Jim de su tiempo?
Miró la maleta en su mano, se sentó de nuevo en la silla, la colocó en su regazo y la abrió, encontrándose con una muda de jeans, un jersey azul oscuro de manga larga y unas zapatillas deportivas.
Selek conocía su clave de seguridad, dijo que era igual a la del otro Jim, ¿eso que significaba?
Negó con la cabeza y rió un poco. Debía reconocerlo, sí que Selek tenía sus métodos para hacerle pensar en todo menos en sus problemas.
Al abrirse la puerta, McCoy, pero en especial, Spock, se acercaron al embajador. Este los miró, esbozando su serena sonrisa de siempre.
— ¿Todo bien? — Soltó McCoy de repente. La mirada del joven Vulcano compartía la impaciencia plasmada en la voz del doctor. Selek pidió calma a ambos chicos con un suave ademán de sus manos.
— Sí, todo está bien. Aceptó la compañía de Spock, creo que podrán partir en cualquier momento.
— ¡Eso me da gusto! — Exclamó McCoy con verdadero alivio. —Creo que Scotty no es el único que obra milagros. Muchas gracias, embajador. Iré a arreglar todo para la salida antes de que se arrepienta. — Agregó, alejándose del lugar no sin antes despedirse del viejo Vulcano. Selek se acercó a su joven contraparte.
— Spock... — Le llamó con cierta reserva. Cuando El chico estuvo más cerca, el anciano continuó. — ¿Has... Has notado algo en Jim? — El joven enarco ligeramente la ceja, el mayor trató de explicarse. — Toqué su hombro... —Ahora las dos cejas del otro Vulcano subieron al mismo tiempo, Selek siguió, sin prestar atención a ese detalle. —y pude sentir algo que no logro definir, una estela de... Oscuridad rondando su mente.
Spock lo miró fijamente, con los ojos bien abiertos, ahora no por los celos de aquel contacto "poco decoroso" por parte de su contraparte mayor hacia su T'hy'la, sino por sus palabras.
— Sí. — Repuso, con cierta alarma. — Pude sentirlo anoche. Hablábamos sobre asuntos personales y de repente pareció lejano, sumido en sus pensamientos... Pude sentir como si una sombra se posara en su mente y nublara su visión, era algo que amenazaba su paz, como si le torturara.
Selek guardó silencio unos segundos, sumido en sus pensamientos; luego miró a su contraparte.
— No lo dejes sólo, va a necesitarte más de lo que él cree.
—Te aseguro que no voy a abandonarlo... Jamás.
Selek le sonrió. Tras eso, hizo con su mano la señal del Ta'al.
Fue cuestión de algunas horas para que McCoy firmará el alta de Jim y arreglará por fin todo el papeleo que, dada la situación de ingreso del Capitán del Enterprise, resultaba algo complicado. Finalmente Jim, ataviado con la muda que Selek le había traído, pudo abandonar la habitación en compañía de Spock.
Para el rubio aquello había sido un poco complicado, pues tuvo que hacer un gran esfuerzo para tranquilizarse y así evitar que de sus manos siguiera fluyendo ese vapor gélido que, obviamente, bien podría llamar la atención al salir del piso. Es verdad que la charla con su buen amigo le había ayudado y calmado lo suficiente como para que eso parara por un momento, pero cuando se vistió y cayó de nuevo en la cuenta de que realmente él y Spock estarían juntos por algún tiempo bajo el mismo techo, los nervios volvieron a invadirlo reiniciando la emanación otra vez. Jim tuvo que respirar profundo varias veces para hacer que eso se detuviera, y más cuando Scotty, Sulu, Chekov y Uhura se presentaron en el lugar para acompañarlo en su salida, algo que realmente no se esperaba.
Y todo eso empeoró al llegar a la recepción del hospital, acompañado de sus amigos, solo para encontrarse con que la mayoría de la tripulación del Entreprise se dió cita ahí para poder ver y agradecer en persona a su Capitán.
El rubio se sentía conmovido, pero también un poco inquieto al hallarse rodeado de tanta gente que luchaba por aproximarse para agradecerle frente a frente por haberles salvado la vida. Spock, McCoy, Sulu y Scotty se esforzaban por controlar a sus compañeros, eso sí, con la amabilidad y propiedad debida para con ellos... Excepto Bones que sí se daba el lujo de correrlos con su acostumbrado y ya bien conocido "encanto sureño", el cual por desgracia lograba el efecto contrario y provocaba que los tripulantes se esforzaran más en acercarse a Jim. Este les sonreía tímidamente, les decía que no tenían nada que agradecer y continuaba su camino acompañado de Uhura y Chekov, quienes lograron llevarlo hasta el auto del japonés, ya que este se había ofrecido a llevar al Capitán y al Primer Oficial hasta el apartamento del rubio. Jim se detuvo antes de abordar el vehículo, encaró a su efusiva tripulación y les agradeció sus muestras de cariño, prometiendo reencontrarse con ellos en la Entreprise cuándo esta ya estuviera reparada y pudieran volver al servicio.
Posteriormente, tras despedirse de McCoy, nuevamente agradeciéndole su ayuda invaluable, y teniendo que dejarlo en el hospital, todos abordaron el auto de Sulu, para ahora dirigirse al edificio donde se ubicaba el departamento de Jim.
— ¡Cielos! ¡No creí que fuera a darse este caos! —Soltó Scotty con su acostumbrada alegría. —No sé cómo se enteraron, pero a fin de cuentas alguien les dijo que hoy te daban el alta, Jim.
— Alguien del hospital debe haberles avisado, todos se han mantenido al pendiente de su salud durante todo este tiempo, deben haber pedido que les avisaran en cuanto sucediera. — Replicó Sulu mientras conducía. —Si el doctor McCoy hubiera sido más flexible con las visitas, nos habría ahorrado este caos a la hora de la salida. —Añadió con una risilla.
— Bones hizo lo que creyó correcto. —Repuso el Capitán, pese a su deseo de abstraerse en sus pensamientos; aunque temiendo levantar una oleada de preguntas sobre su estado de ánimo, prefirió obligarse a sí mismo a hablar. —Aun así... Fue bueno verlos a todos. — Murmuró.
— Ni modo, Jim, eres el hombre del momento, tienes que soportar tu bien ganada fama.
— Sí... Viva yo. — Replicó con sarcasmo.
— Sulu, ¿Podrías bajar el aire acondicionado? ¡Está helando! —Pidió Uhura, sentada en la parte de atrás junto a la ventana izquierda, Jim yacía a su lado y del otro se encontraba Spock, junto a la ventana derecha. Scotty y Chekov iban amontonados al frente, a lado del conductor.
— La señorita Uhura tiene razón, Sulu. — Le respaldó Scotty. — ¿Por qué motivo decidiste encenderlo ahora? ¡No lo tenías cuando íbamos al hospital!
—Yo no he sido, ¿O acaso me oyeron darle la orden a la computadora?
— ¿En serrio les parrece que hace frío? ¡Este clima se considerraría primaverra en Rusia!
— ¡Sí, pero no estamos en Rusia! — Espetó Uhura. — Lo digo en serio, Sulu, apaga el aire acondicionado.
— Es verdad, este frío puede hacer daño a Jim. — Volvió a apoyar Scotty.
— Les digo que yo no he sido. — Insistió Sulu, un tanto desconcertado.
— Pues entonces esta cosa está descompuesta.
— ¿Cómo va a estar descompuesto? Acabo de comprarlo hace unos meses.
— Eso no quita que se haya averiado, no es un seguro de nada.
— Si quieres yo puedo revisarlo.
— ¡No le vas a meter las manos a mi auto nuevo!
— ¡¿Eh?! ¿Y porqué no, señor? ¡Soy el Jefe de Ingenieros de una nave interestelar! Creo que tu preciosa baratija sería pan comido para alguien como yo.
— ¡¿Baratija?! ¡Este auto me ha costado una fortuna! Y si no te dejo que lo toques, señor Jefe de Ingenieros, es porque no quiero que arruines la garantía.
— ¡Ja! ¡Garantía! Conmigo no precisas garantía, señor sabihondo, aunque claro seguro te preocupa porque está cosa debe ser japonesa.
— ¡Oye! ¡Con la industria japonesa no te metas!
— ¡Pues sí me meto porque nada se compara con la tecnología Inglesa! Ahora ya está despuntando.
— No, no, no, nada se comparra con la tecnología Rusa.
— Tú cállate.
— ¡No lo calles!
— Sí lo callo. — Continuó Scotty la alegata entre gritos, risas y jaleo. Uhura, riendo levemente, miró de reojo a Jim, notando algo que le pareció inesperado.
El chico se hallaba semi encogido en su lugar, algo cabizbajo, con las manos envueltas en los puños de las mangas del jersey, las cuales había estirado un poco más para así poder cubrirse. Al principio la joven pensó que podía ser por el frío, pero notó que Spock se encontraba observándolo también de manera fija, cuidadosa, pendiente de él como si este pudiese sufrir algo inesperado y fatal en cualquier momento y él quisiera estar a tiempo para evitarle cualquier daño.
Y pese a que a la chica le parecía correcto cuidar así de su Capitán y amigo, debía admitir que en el fondo, aquella atención y devoción que el Vulcano mostraba hacia Jim le era un tanto dolorosa.
No tardaron en llegar al edificio, descendiendo del auto en un tropel alegre y animoso que aún iba discutiendo por cualquier tontería. Llegaron hasta el piso dónde se encontraba el apartamento de Jim, quien esbozando una breve sonrisa mientras escuchaba las bobadas que hablaban sus amigos, pulsó el código de acceso de la puerta principal, abriendo por fin y permitiendo el paso a los demás en su hogar.
— Adelante, tomen asiento. Lamento no tener nada que ofrecerles en la cocina, pero podemos ordenar algo de cenar a domicilio. — Dijo, pasando al interior seguido por Spock y luego por los otros que miraban el lugar. El apartamento del Capitán era amplio, de piso brillante y muebles de piel en la sala de estar. Una pequeña mesa de cristal se encontraba en el centro de la misma y del otro extremo un centro de entretenimiento dónde se ubicaba la pantalla de televisión y otros aparatos. A la derecha yacía la barra que daba a la cocina, con sus respectivos bancos, todos de color marfil. Detrás de la barra se veía la cocineta, estufa y todo el equipo necesario, y casi a la entrada de la cocina un pequeño desayunador. Alrededor de la estancia había algunas plantas de interior y unas cuantas piezas de antigüedades, cómo figuras de barcos hechos de madera y algunas armas de fuego de los primeros prototipos creados por el hombre. No había cuadros en las paredes, pues básicamente la parte que daba al frente del edificio eran enormes ventanales que dejaban ver la ciudad en toda su gloria, y las otras estaban cubiertas por repisas con una enorme colección de libros clásicos de toda clase y tipo, de pastas duras o blandas, de hojas blancas o amarillentas.
— Neimovernny! (¡Increíble!) — Susurró Chekov con una gran sonrisa; si de por sí admiraba al Capitán, la visión, un poco más profunda en la vida de este, le hizo admirarlo aún más. Y es que si bien cualquiera podía pensar que Jim era un ser disoluto y banal, aquello demostraba que en realidad, el chico tenía un alma más madura de la que se podría pensar.
— Linda cueva de soltero. — Dijo, Sulu, admirando el espacio.
— Gracias. — Replicó el rubio con una breve sonrisa.
— ¡Que raro! ¿Y esa maleta? — Señaló Scotty, refiriéndose a una maleta grande que yacía a un lado de la puerta de entrada. Miró a Jim con cierta extrañeza, sin perder la sonrisa, dirigiéndose a uno de los sillones de la sala y tomando asiento.— ¿La olvidaste antes de salir a misión? — Inquirió, pensando en el lógico equipaje que cada uno de ellos cargaba consigo al volver al Entreprise. Jim miró la maleta, también claramente extrañado.
— No... Es decir, esa no es mía...
— De hecho, es mía, Capitán. — Repuso Spock, ganándose el que todas las miradas se enfocaran en él en un instante. El Vulcano, pese a mostrarse firme, con las manos en la espalda y el aspecto adusto e intachable de siempre, presentaba un ligero verdor en las mejillas. Scotty alzó ambas cejas al tiempo que en sus labios se dibujaba una enorme sonrisa que fácilmente daba a mostrar que pensaba que Spock era un pícaro redomado.
— ¿Tuya? — Soltó Uhura, echando un nuevo vistazo a la maleta y reconociendola por fin. Volvió a mirar al Vulcano, más confundida que antes. — ¿Qué hace aquí una maleta tuya? — Preguntó, un poco más duro de lo que hubiera deseado hacerlo, pero la visión de aquella maleta en el apartamento de Jim, en un lapso de tiempo que no era viable, le hizo creer por un momento que quizá ahí había algo que no le había dicho, incluso llegó a creer que Spock ya se veía con Jim mucho antes de la misión a la luna Klingon.
— Intuyo que debió tratarse del Embajador Selek. —Explico el moreno con más aplomo, mirando de reojo a la Teniente, pues imaginaba lo que pasaba en ese momento por su cabeza. — Él fue quien proporcionó al Capitán de la muda de ropa que porta en este momento para que pudiera abandonar el hospital. Supongo que así como se tomó tales libertades con su guardarropa y la clave de su apartamento, debió hacer lo mismo con el mío, algo que debió resultarle aún más fácil y que seguramente consideró necesario dado el hecho de que permanecere a su cuidado. — Dijo esto último más para Jim, ya que él se mostraba aún más desconcertado que los demás.
— ¡Vaya! El embajador sí que sabe cómo desenvolverse. — Agregó Sulu de manera divertida, sentado en otro de los sillones, junto a Chekov. Uhura, mostrando en el rostro una ligera mezcla de confusión y dolor, miró al Vulcano.
— Entonces... ¿Te quedarás con Jim? — Inquirió la joven en un susurro. Aquella pregunta tenía un doble sentido que el Vulcano no comprendió.
— El doctor McCoy me ha asignado para acompañarlo y asistirlo en el proceso de su recuperación. — Respondió este con la serenidad de siempre. Miró a la chica con la misma adustez de siempre. — Debo quedarme a su lado.
Nyota escuchó esto último y bajó la mirada con desencanto; es verdad que estaba consciente de que las cosas entre los dos habían terminado, que era tonto esperar algo de Spock ahora que sabía que su corazón estaba con Jim de una forma que con ella jamás pudo estar, pero no podía evitarlo, es decir, ¿Quien podría? Había estado a lado del Vulcano por mucho tiempo y solo tenían unas semanas de haberse separado; su propio corazón le traicionaba guardando inútilmente un poco de esperanza al respecto, anhelando inconscientemente que el moreno le dijera que había cometido un error y que la elegía a ella. Jim la miró desde su lugar, sintiendo una gran pena; y aunque en el fondo, la débil llama de esperanza que había sentido antes hacia él y Spock, destelló de nuevo, el recuerdo de las palabras de Pitch resonaron de nuevo en su cabeza, haciéndole sentir de manera miserable y encogiéndose un poco en su lugar, sintiendo como los puños de su jersey, que aún cubrían brevemente sus manos se cubrían ligeramente de escarcha. Se cruzó de brazos rápidamente y metió las manos bajo estos a toda velocidad.
— ¡Muero de hambre! ¡Pidamos algo de cenar! — Exclamó Scotty, procurando sonar animado cuando notó que el ambiente se había tornado tenso. Sulu, quien también se había dado cuenta, se levantó del asiento de un salto, chocó sus palmas y se frotó las manos.
— ¡Buena idea! Hay un restaurante de comida china que prepara unos platillos deliciosos.
— ¡¿China?! ¡Oh, por favor, Sulu! ¿Porque tenemos que ordenar tu tipo de comida? — Refutó Scotty sólo para molestar y aligerar el ambiente.
— ¡Soy japonés, no chino! — Farfullo Sulu, siguiéndole la corriente al ingeniero y comenzando así otra alegata, mientras que Chekov se hacía del comunicador fijo y ordenaba comida rusa.
Tras ordenar y recibir algo de cenar en lo que todos estuvieron de acuerdo (pues habían conseguido detener a Chekov a tiempo), los seis tripulantes se acomodaron en la sala de estar para departir y cenar juntos. Nuevamente, Scotty y Sulu se encargaban de hacer comentarios locos y graciosos con el fin de dar ambiente a la velada, y Chekov los secundaba entre risas y alboroto. Jim compartía con ellos, al principio por compromiso, aún nervioso y pensativo, temeroso de cometer un error que terminara convirtiendo la sala en un congelador, pero poco a poco se sintió más relajado y empezó a divertirse sinceramente. Spock, al verlo más animado, procuraba participar, a la altura de sus posibilidades, en la conversación y el divertimento, sintiéndose feliz al ver al rubio más calmado, e incluso Uhura, que aún sentía una ligera desazón en su pecho, no pudo más que reír al escuchar las tonterías que decía Scotty y las barbaridades que le respondía Sulu, derivando luego en contar viejas y graciosas anécdotas que iban desde la primera vez de Scotty con el whisky en un pub de Cambridge, hasta la sorpresa de que Sulu, en su adolescencia, había formado parte de un grupo de danza tradicional japonesa, y como había dado traspiés durante su primera presentación en público, hasta caer desde el escenario directamente al patio de butacas. El grupo estaba partido de risa, Spock los observaba sin comprenderlo.
— En serio, fue horrible, una de las experiencias más vergonzosas de mi vida. — Remarcaba Sulu, risueño mientras tomaba otro bocado de su cena con el tenedor.
— Ya... Ya me lo imagino. — Replicó Scotty de manera entrecortada por la risa, secundado aún por los demás. Spock seguía serio, mirando a los otros. Jim, sonriendo alegremente lo miró a él. El Vulcano al verlo tan feliz y relajado, se le quedó viendo, pasmado, observando fijamente la tranquilidad reflejada en sus brillantes ojos y la belleza que daba a su rostro aquella hermosa sonrisa que tanto extrañaba.
— ¿Qué pasa, Spock? ¿Qué te ocurre? — Preguntó el rubio al verlo tan serio. El moreno dió un respingo y desvió la mirada de él hacia los demás.
— No logro comprender cómo algo tan, en las palabras del señor Sulu, vergonzoso, y por lógica según el relato, doloroso, es causa de tanta hilaridad. — Repuso. Era verdad que eso le causaba una gran duda y también le servía ahora para salir del paso en aquel lapsus en el que había sido atrapado.
— Los momentos vergonzosos son los más divertidos. — Explicó Scotty, metiéndose una cucharada de su comida a la boca.
— La comedia tiene como base la tragedia ajena. — agregó Sulu, sabiamente. Spock miró a Jim, sin comprender aún.
— Naturaleza humana. — Dijo el chico, sin dejar de sonreír. Spock arqueó una ceja. La naturaleza humana seguía siendo su punto débil en cuanto a conocimientos se trataba.
— Bueno, y dime Sulu, ¿Porque decidiste entrar a danza japonesa clásica si siempre has dicho que no tienes facilidad para eso? —Pregunto esta vez Uhura.
— Insistencia de mis padres, querían que le diera un gusto a mis abuelos. Kame y Lili entraron también, les fue mejor que a mí.
— ¿Por qué? ¿Cayeron encima de ti? — Soltó Scotty con mofa. Chekov, también sonriendo, le dió un manotazo en el brazo al escocés.
— Ja,ja, muy gracioso, señor ingeniero, pero mis hermanos son unos genios bailarines; aprendieron todas las danzas rápidamente, de hecho trataron de cubrirme en esa ocasión con su actuación para que nadie notara lo que me había pasado.
— Oh, Karru, crreo que ni Baryshnikov habría logrado que eso no se notarra. — Dijo Chekov sin poder evitarlo, provocando las carcajadas de los demás. Sulu, conteniendo la risa, fingió reclamarle, dejando el plato de lado y atrapando al muchacho, haciéndole cosquillas mientras este trataba de escapar.
— ¿Y cómo está tu familia, por cierto? — Preguntó Uhura. Sulu, abrazando de la cintura al joven ruso, volvió a acomodarse en su asiento.
— Muy bien, estaban muy preocupados por lo ocurrido con el Enterprise, me llamaron poco después de volver a tierra, mi madre ya había armado un drama en su cabeza donde a mí me había ocurrido todo y de lo peor.
— Sé a lo que te refieres, sí lo sabré con tres hermanas. — Intervino Scotty. — Ellas y mi madre estaban histéricas, querían tomar el primer vuelo o transportador desde Escocia hasta San Francisco en cuanto lo oyeron en las noticias. Por fortuna mi padre y mi hermano lograron tranquilizarlas y convencerlas de llamar a mi comunicador personal.
— Mis padres estaban igual. — compartió esta vez Chekov. — Perro Nina, mi prima que está en la academia, me buscó y les llamó después para ponerlos al tanto de todo, después yo pude hablar con ellos; si no hubierra sido por ella, habrrian venido totalmente histérricos desde San Petersburgo.
— Mis padres, Malcom y Uaekundu también me llamaron... — Murmuró Uhura un poco pensativa, luego esbozó una leve sonrisa. —Vendran a visitarme en estos días, quieren aprovechar mi licencia.
— ¡Eso es perfecto! — Scotty le sonrió a la joven, feliz por ella.
— ¿Y tú, Spock? ¿Te comunicaste con tu padre? — Quiso saber la joven, pues aún se sentía cercana a la familia de Sarek.
— Me llamó poco después de llegar a la tierra. — Respondió el aludido, más porque sentía que se los debía después de que ellos habían compartido sus experiencias que por el gusto de hablar. Sarek había llamado al comunicador de Spock de primera instancia, repitiendo la llamada varias veces hasta conseguir respuesta, dado que el muchacho, sumido en aquel descontrol de emociones en el que se había visto inmerso después de lo ocurrido con Jim, no había sido capaz de responder hasta que se calmó y recuperó parte de su control. — Sybok también se comunicó conmigo. — Agregó casi sin pensar.
— ¡¿En serio?! — Exclamó Uhura con asombro. — ¡En verdad esa es toda una noticia!
— ¿Sybok? ¿Quien es Sybok? — Preguntó Jim algo descolocado. Aquel nombre, claramente Vulcano, era algo nuevo para él tratándose de la vida de Spock.
— Mi medio hermano. — Respondió Spock adelantándose a Uhura quien ya se preparaba a hacerlo. —Es el hijo que mi padre tuvo durante su primer matrimonio con Lady T'Rea, ella murió cuando Sybok aún era muy joven.
— ¿Y que te dijo? — Siguió Uhura con interés y sin poder evitarlo, pero el que aquel hombre diera señales de vida era todo un acontecimiento que se daba muy de vez en cuando.
— Se encuentra varado en la luna de Sinaeva XII, pero dijo que en cuanto encontrara un transporte vendría de visita, estaba muy... Alterado.
— ¿Alterado? — Preguntó Jim sin comprender de nuevo. ¿Cómo podía ser que un Vulcano estuviera alterado? Spock, ligeramente reticente, respondió.
— Mi hermano desde muy joven abrazó una doctrina muy diferente a la de Surak, que es la que seguimos todos en Vulcano. Él y los suyos consideran que si bien la lógica puede ayudar en la vida y su productividad, eso no significa que deban suprimir del todo sus emociones, por lo que viajan por diversos planetas aprendiendo de otras razas y propagando sus ideales. Es un V'tosh ka'thur... Un Vulcano sin lógica.
— O sea que es un hippie. — Soltó Scotty, alegremente.
— No veo como aplica la afiliación de una tribu urbana del siglo XX terrano con la descripción de los V'tosh ka'thur. — Replicó Spock con extrañeza.
— Es que eso hacían los hippies, iban de ciudad en ciudad hablando de amor y paz, y acampaban o vivían en comunas de amor libre.
— Los V'tosh ka'thur no hacen eso.
— ¿Entonces qué hacen?
— Se instalan en pequeñas comunidades donde comparten su ideología y hacen artesanías.
— ¡Bum! ¡Lo dicho, es hippie!
— Los V'tosh ka'thur no tienen nada que ver con... —Siguió alegando Spock, diplomáticamente, aunque a todas luces era una batalla perdida. Jim los observaba en silencio, profundamente sorprendido por aquella revelación. Spock tenía un hermano mayor, bueno, medio hermano, y este era todo un personaje; se preguntaba cómo sería, ¿Se parecería a Spock? ¿Cómo sería el comportamiento de un "Vulcano hippie" como los llamaba Scotty?
— "Creo que a todo esto, hay preguntas más importantes que deberías considerar, ¿No crees, Jack?"
Jim se quedó estático, la voz de Pitch resonaba de nuevo en su cabeza. Aferró con un poco más de fuerza el vaso con jugo que tenía entre las manos, y trató de hacer caso omiso a la voz del Rey de las Pesadillas.
— "Como el hecho de que... ¿Alguien te llamó para saber cómo estabas? O ¿Alguien llamó mientras estabas muerto?"
Jim respiró profundamente de manera disimulada, miró a los otros y trató de reintegrarse a la conversación. Scotty y Sulu seguían hablando sobre los hippies, tratando de hacerle ver las similitudes entre estos y los V'tosh ka'thur a Spock.
— "No te preocupes, yo puedo responderte eso. No, nadie llamó durante tu deceso, sabes que de lo contrario, tu amigo el médico te lo habría contado. En cuanto a lo otro, de eso tienes tú mismo la respuesta, ¿No es así? Nadie te ha llamado, nadie se ha comunicado contigo. Tu madre continúa en el espacio, y no es como si no pudieran decirle que tu nave se precipitó contra la tierra; tal vez no le contaran sobre lo que te ocurrió, pero así como a ellos les llamaron preocupados sin saber nada, contigo pudo haber pasado igual, ¿No lo crees? En cuanto a tu hermano, está en otro planeta, y no es ninguna luna perdida sin vehículos con una colonia rudimentaria como la del medio hermano de tu amigo, sino uno con todos los servicios de comunicación y transporte, listos para el uso de sus habitantes."
Jim se esforzaba por ignorarlo, pero la ponzoñoza voz continuaba haciéndose escuchar, inyectando todo el dolor que podía en el corazón del pobre muchacho.
— "Pero debes entenderlo, él tiene su esposa, tiene un hijo, ha formado una familia y obviamente eso es más importante que nada. Pero no debería extrañarte, ¿No lo crees? Después de todo a nadie le importas, eso siempre ha sido así. ¿O acaso es normal que el día del cumpleaños de un hijo, este deba llamar a su madre en consideración al duelo por la perdida de su cónyuge, en lugar de que ella se alegre de que aún tenga ese hijo y por ende sea ella quien le llame a él?"
— "Eso no importa... "— Respondió el rubio mentalmente. Pitch continuó.
— "¿Acaso es normal que un hermano abandone a su suerte al otro con un padrastro que lo golpea, para irse a vivir con sus abuelos y así dejar de sufrir esa vida, para luego no volver a comunicarse con él nunca más? ¿Es normal que los abuelos reciban a ese nieto sin buscar al otro, a sabiendas de lo que estaba pasando en esa casa?"
— "Cállate..." — Volvió a replicar. Una fina capa de escarcha comenzaba a cubrir la superficie del vaso.
— "No, no es normal. ¡Todo eso ocurre porque no te quieren, a nadie le importas! ¡Solo eso explica el porqué tu madre dejó que te enviaran a Tarsus IV, eso explica el porqué no se quedó a tu lado cuando te rescataron, el porqué prefirió volver al espacio aún a pesar del diagnóstico que te dió el médico esa vez... Desnutrición!"
— "Cállate".
— "Múltiples hematomas".
— "¡Ya cállate!"
— "Señales de actividad sex..."
— ¡Cállate ya! —Exclamo a viva voz llamando la atención de los otros, aunque Spock había tratado de llamar la atención de Jim desde hacía unos minutos, pues había sentido aquella penumbra nuevamente, formándose en la mente de su T'hy'la y pese a que seguía sin lograr identificarla, había sentido la angustia que le producía. Además, el ambiente se había tornado frío de nuevo, como si el termostato se hubiese dañado dejándolos a una temperatura muy baja; era tan raro, ¡Incluso podían ver su aliento al hablar! Jim al darse cuenta de que todos lo miraban, encogidos en sus lugares a causa del frío, miró a sus amigos, luego a Spock y comenzó a balbucear. — Eh, yo, lo siento... No sé que dije, es que, me refería, hablaba del... Termostato, creo que se ha averiado... Veré qué puedo hacer con eso, ¡Café! ¡También prepararé café! Es lo más apropiado después de la cena, ahora vuelvo. — Dijo, poniéndose de pie de un salto y escabullendose a la cocina a toda velocidad. Spock se puso de pie y salió también detrás suyo, dejando a los demás bastante confundidos, pues obviamente el cuento del termostato les era muy difícil de tragar.
Al entrar a la cocina, Spock encontró a Jim al fondo de la misma. Había botado el vaso de jugo en la pileta, hecho una roca de hielo naranja. Tenía las manos unidas y los ojos cerrados, al tiempo que susurraba palabras ininteligibles, que, prestando más atención, se entendía que eran un intento de mantenerse en calma.
— Jim...
— ¡Spock! — Exclamó sobresaltado el muchacho al oírlo, abriendo los ojos y mirándolo desde el extremo. — No tenías que venir... lo tengo casi controlado.
El Vulcano lo miró fijamente. No le daba la impresión de que así fuera, pero tampoco quería socabarlo. Comenzó a acercarse a él poco a poco.
— Jim, ¿Qué fue lo que ocurrió?
El rubio lo miró de nuevo. Spock se apresuró a explicarse.
— Parecía que hablabas con alguien. —Se aventuró el moreno. No se atrevía a decir que notaba una sombra en su mente, pues temía que el humano se sintiera invadido en su privacidad. Jim esbozó una sonrisa nerviosa y negó con la cabeza.
— No... No es nada, Spock, nada de lo que debas preocuparte... Recuerda que tengo, tengo mucho en la cabeza... Ya sabes, dos vidas, aquello con lo que me ayudó Selek. A veces algunas cosas de mi pasado son muy insistentes. — Dijo esto último con cierta amargura y la mirada baja.
El Vulcano, con sus ojos fijos en el rubio, deseaba poder confortarlo; no solo estrechandolo entre sus brazos y brindándole seguridad, sino compartiendo más a fondo esas memorias, ayudándole sobrellevar esa carga.
— ¿Me ayudas a preparar el café? Me temo que si tomo la cafetera lo único que podré hacer es helado de moka. — Pidió, haciendo una ligera y graciosa mueca.
—Con gusto, Jim — Repuso relajando un poco su gesto, asintiendo con la cabeza y tomando la cafetera.
En lo alto del edificio, una serie de sombras se arremolinaban, habiendo escalado por los cristales de las ventanas y provenientes de todos los rincones, formando al fin una larga y alta figura negra que lanzaba una siniestra carcajada al cielo de la noche.
El rostro pálido de Pitch Black emergió en esa figura espigada; dirigió sus plateados y siniestros ojos hacia la brillante luna y la intensidad de la carcajada se hizo aún mayor.
—¡¿Qué?! ¡¿No te agrada el espectáculo?! — Le espetó al satélite con sorna, deleitándose en su propio regocijo. — Debes admitir que lo he hecho bien, ¿No crees?
Pitch avanzó aún más por aquel techo, llegando a la orilla,donde la luz de la luna le pegaba de lleno. En su rostro seguía aquella enorme y malvada sonrisa, como si estuviera tatuada de manera permanente. La luna brillaba intensamente, a pesar de las nubes que insistían en cubrirla.
— Esta vez nada podrá evitarlo. — Siguió el ente, exitante de alegría. — Será mío, así que ve haciéndote a la idea... Pronto tendré por fin a mi príncipe de las pesadillas, ¡te arrebatare por fin a tu querida Luz Nocturna! —Grito el Boogeyman, riendo después con malsana alegría.
[1] Saludo Vulcano.